■ Verbalmente. Una madre necesita escuchar
que es amada. Hagamos lo posible por decírselo
varias veces al día, expresando nuestra
admiración por sus cualidades, y no criticarla.
Recordemos lo que ordena nuestro Dios:
“Honra a tu padre y a tu madre, como Jehová tu
Dios te ha mandado, para que sean prolongados
tus días, y para que te vaya bien sobre la tierra
que Jehová tu Dios te da” (Dt 5.16). Si hay
necesidad de confrontar a nuestra madre sobre
algún asunto, hagámoslo con delicadeza, amor
y respeto. Dios promete que si así lo hacemos
ambos quedaremos satisfechos.
■ Físicamente. Nuestra madre fue la primera
en sostenernos con sus brazos, nos arrulló
en sus brazos, nos dio de comer. También nos
vistió y educó como nadie más lo haya hecho.
Pero ella también precisa de un toque de
ternura. Aunque no sepa corresponder a nuestro
afecto, abracémosla siempre que podamos; eso
tendrá un efecto asombroso tanto en su vida
como en la nuestra.
■ Con paciencia. Nadie es perfecto, pero
si hay alguien que merece nuestra tolerancia
y comprensión, es nuestra madre. Aunque
a veces diga o haga lo que no nos agrada,
debemos recordar las labores cotidianas del
hogar: atender a su esposo y a cada uno de
sus hijos, lavar y planchar la ropa, planear y
preparar los alimentos. Además, vigilar que
sus hijos cumplan sus labores escolares, que
sepan escoger a sus amigos, que crezcan en
el temor de Dios y buena conducta. En lugar de
quejarnos debemos orar por ellas.